miércoles, 28 de diciembre de 2016

RC

Hay pocas cosas que molesten tanto como sentirme ingenuo o estúpido. Supongo que tengo demasiado orgullo.
Lo peor es que irremediablemente lo soy. Soy ingenuo en ciertas áreas de la vida en las que aún no tengo mucha experiencia. Me dejo llevar por los momentos, animado por la ilusión y la novedad, pensando que mi cabeza sabe perfectamente lo que está haciendo.
Luego hay momentos de cristales rotos.
Ahí tu ingenuidad se hace evidente y te das cuenta de que estás más solo de lo que pensabas. No hay nadie en tu estación. Quizá te has pasado.
Una alarma en tu cabeza te obliga a reflexionar sobre tu forma de querer o de pensar. Tu parte novata e ilusionada, tu parte feliz, adora dejarse llevar y desconectar del estilo de vida monótono de una oposición. Ahí tu parte racional y precavida avisa: frena. No quieres frenar; sabes que eso significa no entregarte como te gustaría. Pero tu parte racional tiene razón y no le importa que te moleste oírlo: frena. Prepárate para lo malo. Renuncia a la ingenuidad, tan blanca y apetecible, y no pongas demasiada ilusión en la misma cesta. ¿Qué ocurriría si esa cesta se rompe? No quieres pensarlo, pero tienes que hacerlo. La alarma ha sonado y no puedes ignorar más el desenfreno en tu querer. Deja que tu parte racional te frene de vez en cuando, aunque corrompa el blanco con tonos oscuros. Deja que te haga más precavido, aunque te reste ilusión. Prepárate. Por favor, prepárate.

No hay nadie en tu estación. Quizá te has pasado.

martes, 30 de agosto de 2016

Gil de Biedma

Aunque sea un instante, deseamos
descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.
Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.
                                                     Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.
Así que a cada vez que este temor,
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
–invocando un pasado que jamás existió–
para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.

jueves, 12 de febrero de 2015

Choices.

Cerró la puerta y se dejó caer en la cama como un peso muerto. Respirando hondo, contempló el techo durante un largo espacio de tiempo que no acertó a calcular. Pensó en todas las cosas que se estaría perdiendo al otro lado de la pared.
Se levantó.
Se sentó.
Se levantó.
Se sentó.
Se levantó y casi alcanzó a tocar el frío pomo de la puerta, que lo observaba, divertido.
Se sentó.
Hizo un amago de levantarse, pero se volvió a sentar.
Cerró los ojos y suspiró.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Cielo o infierno.

Donde la brecha de luz
despliega tiempo empaquetado,
donde un niño inocente
abre su regalo.
Donde unos esperan y miran,
donde otros lloran y gritan.
Donde el destino desgarra
del cadáver las tripas flácidas
que algún día, como persona,
sintió devorar por un águila.
Donde aguarda la huesuda mano
jugando con mi arena,
donde ríe la huesuda cara
sabiéndose suprema.
Qué cruel y qué injusto
es todo lo impredecible.
Qué cruel y qué injusto
es todo lo incontrolable.

Donde las agujas asesinan números
y se refuerzan mis cadenas,
donde busco tu mirada inquieta
como consuelo en mi condena.
Donde proteger sea mi oficio
y observar mi beneficio.
Donde sin saber un día no pase
que la arena corre aún por ti.
Donde la demora hienda mi eternidad.
Donde la eternidad hienda mi alma.
Donde tú y yo estuvimos,
donde tú y yo no fuimos.
Donde las nubes sepan a nada porque nada hay,
sino todo lo que necesito.
Allí nos reencontraremos, siempre,
aunque yo no esté... vivo.

jueves, 24 de julio de 2014

Awaydays



¿Recuerdas cuando te hablaba de irnos lejos de aquí? ¿Solos, tú y yo? ¿Recuerdas cuando miraba el cielo y el mar, tan grandes, prometiendo libertad? Ahondaban en mí, me hacían salir de mi infierno durante unos minutos. Me hacían pensar que podría ser diferente a lo que se esperaba de mí.
"Él te quiere"
¿Aún recuerdas mi sonrisa al verte y mis ganas de no dejarte ir? Ni siquiera lo sabías. Por qué ibas a saberlo; yo me ocupaba de que fuera así. Supongo que pensaba que podía con ello.
"Él te quiere"
¿Recuerdas nuestra promesa? Aquella que era un juego para ti y una esperanza para mí. La vía de escape que estaba esperando; mi mar, mi cielo, mi libertad.
"Él te quiere"


Podría haber salido bien.

(El humo del tren se disipó, y el chico que estaba sobre el puente, temblando, había desaparecido en las vías que conducían a la libertad)

"Él te quería"

miércoles, 23 de abril de 2014

Tiempo y existencia

"Decididamente ese sentimiento de aventuras no procede de los acontecimientos: ya tenemos la prueba. Más bien es la manera de encadenarse los instantes. Creo que esto es lo que pasa: de pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente, que cada instante se aniquila, que no vale la pena intentar retenerlo, etc., etc. Y entonces atribuimos esta propiedad a los acontecimientos que se presentan en los instantes; lo que pertenece a la forma lo referimos al contenido."

"Me zumbaban de existencia los oídos, mi misma carne palpitaba y se entreabría, se abandonaba a la brotadura universal; era repugnante. "¿Pero por qué, pensaba yo, por qué tantas existencias, si todas se parecen?" ¿A santo de qué tantos árboles todos parecidos, tantas existencias frustradas y obstinadamente recomenzadas y de nuevo frustradas, como los torpes esfuerzos de un insecto caído de espaldas? (Yo era uno de esos esfuerzos.)"

viernes, 4 de abril de 2014

Oro reflectante bañaba la ciudad. La gran ciudad que parecía jugar con la oscuridad mediante luces fluctuantes. Las vistas eran impresionantes. Tanto que abrían ese vacío interior que te dejan las grandes ciudades sumidas en la noche pero no dormidas.
Éramos dos sombras cogidas de la mano, dos muñecos más de ese juego indiferente a nosotros. No. No éramos dos muñecos más. Tú y yo jamás fuimos dos sombras más, al menos cuando estábamos juntos. Seguíamos siendo sombras, pero teníamos otro color. Quizá fuésemos aparentemente normales, intercambiables con otras siluetas nocturnas, pero tú y yo sabemos que no es así. Era una reacción química, un escalofrío, una carcajada, una caricia. Era todo. Sentía que no necesitábamos luz para vernos y estar juntos; ni el más negro rincón lograría perdernos con el resto de sombras y separarnos. Estábamos demasiado juntos.
Ahora soy sólo una sombra. ¿Seguro? No lo sé, no lo tengo claro. ¿Te perdí bajo la luz de la luna o ha sido todo un sueño? Mi memoria sólo me deja acceder a las sonrisas y las estupideces. A los abrazos. A todas las veces en las que nos fundimos en una sola sombra temblorosa y agitada. ¿Era real? No puedo confiar en mí mismo.
Me cruzo con otras sombras y las miro con resignación. Ahora sí soy una sombra más en medio de una ciudad, otra marioneta de un juego que me ha llevado a perder. ¿Ha sido así? Sólo sé que no siento nada excepto la ausencia y una mano fría. La mano que antes te servía de apoyo y ahora se siente sola.

jueves, 17 de octubre de 2013

Graduación

Mañana me toca sacarme la foto para la orla. Sí, este año me gradúo. Lo sabía antes, pero no era consciente de lo que ello conllevaba. Por alguna razón, el sacarme la foto mañana representa un primer paso visible de un camino que llevo mucho tiempo recorriendo. Un camino intrincado a veces, confuso, largo, pero cómodo. Un camino de cambios y evolución. De buenos momentos y buena compañía.

¿Hacia dónde me dirijo? No tengo la menor idea, y eso me aterroriza. Aunque quizá más que eso, el hecho de que mi camino se separe del de ciertas personas. La certeza de que sigamos andando y charlando animadamente se diluye en el futuro. La realidad empapa la tierra bajo nuestros pies y vemos que no podemos seguir siempre el rumbo que queremos ni seguir siempre a las personas que necesitamos. Tengo claras mis prioridades. Ojalá ellos también puedan seguirme a mí.

La oscuridad se traga el horizonte y mi camino se difumina y confunde con la niebla. La incertidumbre pesa sobre mí espalda como una mochila repleta de libros; es un equipaje que me es imposible dejar atrás. Lo desconocido se cierne sobre todos y cada uno de nosotros, con sus fauces abiertas, ávido de jóvenes con largas vidas por delante.

El futuro. Una simple palabra que encierra tantos matices, tantos abismos que quitan la respiración. Un amigo y un rival, un juego al que hay que aprender a jugar.

Te espera al fondo, como una luz al final de un largo y tenebroso túnel. Así que abres tu mochila y guardas junto a la incertidumbre los recuerdos de esas personas que te irritan y te alegrará no volver a ver, de aquellas con las que no has tenido ocasión de hablar, de los compañeros con los que siempre has querido tener una relación más cercana, de tus amigos. Los ordenas con cariño.

Encaras la oscuridad. Un reloj avanza inexorable en la distancia, recitando una cuenta atrás que marca tus pasos. Respiras hondo y sigues la melodía de la vida, sabiéndote una marioneta en manos de un hábil e ineludible titiritero. No tienes otro remedio.

Y te pierdes en la negrura, te fundes con el mundo. Con la incertidumbre a tu espalda y tus recuerdos aún frescos en la memoria. Con un mundo de posibilidades y a la vez de limitaciones abriéndose a tu paso. Pero tienes algo claro: quieres a tus amigos caminando a tu lado allá donde el futuro decida llevarte.

martes, 16 de julio de 2013

viernes, 14 de junio de 2013

Nunca sabes lo que te espera tras una puerta.

- ¿Puedo pasar?
- No - me dijo.
Entré de todas formas. La habitación estaba oscura. Una luz mortecina cuya procedencia me era imposible discernir acariciaba una figura enjuta y temblorosa, acurrucada en el suelo. Estaba claro que no quería que lo viera así, quería estar solo. Aun así, me acerqué.
- Vete - murmuró con un tono amenazante que no se correspondía en absoluto con su imagen.
Me arrodillé a su lado y coloqué una de mis manos en su hombro. Sentí los embistes de su cuerpo fuera de control y traté de inculcarle cierta tranquilidad a través de la palma de mi mano y mi presencia. Esperaba que eso fuera suficiente. Tras el contacto físico, su voz se había pagado por completo y ya no me desafiaba ni me ordenaba que me fuese.
La puerta a mi espalda nos aisló del resto del mundo y parte de la escasa luz que nos bañaba se alejó en silencio en busca de parajes más alegres. Lo sé porque yo también tenía ganas de hacerlo. En lugar de transmitir tranquilidad al bulto que temblaba junto a mí en posición fetal, parecía que él me estaba llenando de inquietudes que no venían conmigo cuando atravesé el marco de la puerta. Quise ser la luz y poder huir. Pero mi mano no se movía de su hombro. Algo la atraía. ¿Era un magnetismo físico o se trataba de un magnetismo generado por razones intangibles? Puede que ninguna de las dos. En cuando posé mi otra mano sobre él, cuyo cuerpo parecía ser presa de los dientes de un frío que yo no alcanzaba a percibir, las razones se volvieron mucho más reales. Materiales. Sombras. Unas sombras tan espesas que dificultaban mi respiración.
- Te dije que te fueras - susurró.
En su voz ya no leía atisbo de amenaza alguno. Tampoco de regocijo. Era como si me hubiera intentado alejar de él por mi bien. Creo que sentía pena por mí. No comprendí por qué hasta que el ovillo que formaba se deshizo con lentitud y mis propios ojos me miraron a través de las sombras.
Eran mis ojos, pero había algo más. Miedo. Terror. Puro pánico. Al igual que el cuerpo que les daba vida, los ojos, brillantes pero a la vez apagados, temblaban. Las sombras que se adentraban en mis pulmones cada vez que tomaba aire los hacían titilar. Pero, después de todo, seguían siendo mis ojos. Seguidos de éstos, reconocí también mis brazos y poco a poco mi cuerpo entero. No podía ver nada - o eso recuerdo -, pero aun así, de alguna manera intuí que era yo. Era yo con miedo.
Tosí. Aquellas sombras me estaban ahogando y mi cuerpo comenzaba a ser víctima de los terribles temblores que asolaban a mi otro yo. ¿Cómo podía soportarlo? Una sonrisa deshizo las sombras y llegó hasta mí. La presentí con claridad.
- Te acostumbrarás - murmuró con un familiar tono triste -. Dale tiempo.
Y sin apenas darme cuenta, nos fuimos acercando más y más. Vi de cerca su mirada de pánico clavada en mí. De tristeza. De disculpa.  Antes de sentir las sombras mordiendo mi cuerpo y antes de encogerme instintivamente sobre mí mismo al tiempo que respiraba despacio, con esfuerzo. Antes de que las sombras se tornaran totalmente tangibles. Antes de que el miedo conquistase al fin mi cuerpo y se adueñase de mis pensamientos, que volaban y se mezclaban con la oscuridad.
Antes de que él se convirtiera en mí y yo en él.

domingo, 5 de mayo de 2013

Y (casi) todo acabó.

Buenas noches gente. Hoy me apetecía escribir algo pero no me siento demasiado inspirado así que voy a recordar un microrrelato que escribí hace tiempo sobre un tema que me intriga. Sentíos libres de comentar cualquier cosa que os traiga a la mente. Reflexiones, recuerdos, opiniones o incluso experiencias.

Cerró los ojos. Le encantaba el silbido incitante del viento, sus suaves y lentas caricias que casi la empujaban hacia el vacío. Obedeciendo el silencioso susurro homicida llegado de ninguna parte, avanzó unos centímetros más hasta situarse en el alféizar de la ventana, con uno los pies aún dentro de su habitación y el otro pugnando por reunirse con los halos luminosos de las luciérnagas artificiales que se confundían en el tráfico siete pisos más abajo. Con una destreza paupérrima logró que su pie derecho abandonase su habitación para reunirse con su eterno compañero, para perderse en la inmensidad de la noche. Por suerte la chica se había sujetado al marco de la ventana durante el proceso, así que no cayó hacia abajo antes de tiempo.
Por primera vez, dudó. Buscó alguna alternativa, pero había meditado aquello demasiado tiempo como para seguir posponiéndolo. Aborrecía su vida. No deseaba torturarse más recordando las razones de aquella evidencia porque ya no le importaban. Ni siquiera la posible reacción de sus seres queridos al ver su esquela mortuoria en el periódico tenía relevancia ahora. Sólo estaban la noche y ella. Y para infundirse valor, decidió contar hasta tres.
Uno.
El suelo parecía estar más lejos que nunca. Muchos pensaban que el suicidio era un acto cobarde, pero implicaba poseer un valor inquebrantable.
Dos.
Dedicó un último pensamiento a su familia y a sus pocos amigos.
Tres.
Percibió cómo la noche la engullía, y antes de morir, sintió que volvía a nacer.



domingo, 7 de abril de 2013

...

"No es asunto mío, desde luego - volvió la mano sobre su regazo y contempló fijamente su palma herida -. Usted es libre de no hablar si así lo desea. Pero el silencio no es el entorno natural para las historias; las historias necesitan palabras. Sin ellas palidecen, enferman y mueren, y luego te persiguen - se volvió de nuevo hacia mí -. Créame, Margaret, lo sé.

viernes, 1 de febrero de 2013

Escribir.


Las historias son el motor, la droga, el arte más exquisito, la mentira más dulce.
"Mi queja no va dirigida a los amantes de la Verdad sino a la Verdad misma. ¿Qué auxilio, qué consuelo brinda la Verdad en comparación con un relato? ¿Qué tiene de bueno la Verdad a medianoche, en la oscuridad, cuando el viento ruge como un oso en la chimenea? ¿Cuando los relámpagos proyectan sombras en la pared del dormitorio y la lluvia repiquetea en la ventana con sus largas uñas? Nada. Cuando el miedo y el frío hacen de ti una estatua en tu propia cama, no ansías que la Verdad pura y dura acuda en tu auxilio. Lo que necesitas es el mullido consuelo de un relato. La protección balsámica, adormecedora, de una mentira."
"La gente desaparece cuando muere. La voz, la risa, el calor de su aliento, la carne y finalmente los huesos. Todo recuerdo vivo de ella termina. Es algo terrible y natural al mismo tiempo. Sin embargo, hay individuos que se salvan de esa aniquilación pues siguen existiendo en los libros que escribieron. Podemos volver a descubrirlos. Su humor, el tono de su voz, su estado de ánimo. A través de la palabra escrita pueden enojarte o alegrarte. Pueden consolarte, pueden desconcertarte, pueden cambiarte. Y todo eso pese a estar muertos".
V.W.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Tiempo al tiempo

El presente es un tiempo despiadado. Te obliga a escoger en qué deseas consumir cada segundo, haciendo que debas deshacerte automáticamente de miles de interesantes posibilidades. Pero ni siquiera te da tiempo para pensar qué elegirás, tan sólo sigue adelante sin esperar por nadie.
Hay ocasiones en las que arriesgarte a tomar una decisión prematura te lleva a pasar el tiempo futuro lamentándote y pensando en el pasado como algo perdido. Pero si tomas una decisión meditada, descubres que podrías haber hecho tres estupideces en el mismo tiempo. En ocasiones actuar de una forma, significa pagar un precio muy caro. Otras veces pagas el doble por no actuar.
Creo que nadie estuvo más acertado que aquél que dijo "el tiempo es oro". Es cierto. Desde la antigüedad, el bien más preciado era el más escaso. ¿Y qué es el tiempo sino el más escaso, travieso, escurridizo e indómito bien que jamás haya existido?
Lo mejor de todo es que siendo joven te sientes abrumado por la absurda ilusión de tener todo un futuro por delante, algo que el aire te ha susurrado al oído y por lo que te has dejado convencer. Pero no podrías estar más equivocado. Y mientras disfrutas de múltiples maneras de malgastar tu tiempo, éste se va a agotando sin que apenas te percates de ello.
Y un día descubres que emplear tu tiempo en algo supone renunciar a muchas otras cosas. Y que ya has renunciado a un gran montón de cosas que adoras, eligiendo inconscientemente otras por razones que no llegas a entender demasiado bien. Una toma de decisiones tan rápida como la que haces a cada segundo que pasa, es imposible de entender. No puedes pretender seguirle la pista. Tan sólo puedes sentarte a intentar buscarle un sentido y lamentarte por lo que has dejado pasar. Y ese mismo día te das cuenta de las personas con las que decidiste compartir ese tiempo, y a quién se lo quitaste de las manos.
"Me encantaría poder leer todos los libros que existen en el mundo", me dijo alguien una vez.
"Tic tac", respondió el presente con una sonrisa cruel.

viernes, 9 de noviembre de 2012

La decisión de Anne

"¿Recuerdas aquel verano en el que me fui de acampada? Sentía que os echaba de menos. Antes de subir al autobús, me dijiste que me sentara en el lado izquierdo, junto a la ventanilla, para que pudiera mirar atrás y veros allí... ahora tengo el mismo asiento."

lunes, 24 de septiembre de 2012

Estoy contento.

Estoy contento.
Ha pasado ya casi un mes desde que me he ido, pero todo ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. He salido del día en el que me hallaba estancado, de la ciudad que siempre me presentaba a la misma gente, y de la rutina que me alejaba de nueva experiencias. A pesar de que no ha pasado mucho tiempo, ya he empezado a notar el cambio en mí, y estoy muy contento. Creo que lo necesitaba. Urgentemente. Salir.
Aún echo de menos muchas de las cosas que dejé atrás, a ratos, no siempre, pero no sé si ese sentimiento es mutuo. Dicen que los verdaderos amigos se ven en las situaciones difíciles, y que siempre están ahí. Es algo en lo que por el momento voy a creer. Quiero creer. Espero no equivocarme.
La verdad es que después de haber perdido a tanta gente, es bueno cambiar de ambiente y conocer a personas nuevas, salir, olvidarte de todo, y no decir nunca que no.
Poco a poco, forzándome a mí mismo, me voy convirtiendo en el tipo de persona que quiero ser. Aún me queda mucho camino, pero noto que estoy en el camino que me conviene. Y eso me alegra. Porque he salido del bucle de rutina y monotonía.
Espero seguir evolucionando. Pero no me voy a preocupar porque, de momento, estoy contento.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Parece mentira en qué situaciones te das cuenta de ciertas cosas. Cosas que jamás se te pasarían por la cabeza. Cosas que, si le cuentas a alguien, provocarían una mirada de "¿pero qué coño te pasa tío?". Pero no puedo evitarlo. Lo ves. Lo sientes. Y te odias por ello. Una de las razones por las que te odias es porque no consideras tus pensamientos moralmente correctos, te planteas si realmente eres un ser humano o qué pasa contigo. Y la otra es descubrir que las paredes a tu alrededor se caen. Paredes que llevas mucho tiempo cuidando (aunque es cierto que últimamente menos), que miras durante largos ratos, que pintas... pero paredes que desaparecen y de pronto te das cuenta de que apenas te importa. Te importa más en la medida en la que descubres que estabas envuelto en una mentira que por lo que significa tu actitud para las paredes. Y eso provoca un inmenso odio hacia tu persona. O lo que quiera que seas.

Mi mente trata de justificarlo. Que si lo he pasado mal, que si esas paredes no son tan buenas como antes, que si me han explotado emocionalmente durante mucho tiempo... no sé. Esas cosas que te susurras al oído cuando estás solo para tranquilizarte y no parecer tan ajeno. El problema es que tan sólo algunas veces te dejas convencer por esas lábiles verdades.

Es en el momento en el que ves fotos y revives viejos tiempos cuando abres los ojos. Descubres que no puedes observar los hechos como alguien ajeno, que no puedes no implicarte con tu pasado. Mirar esas fotos, incluso ignorarlas, hacen un mundo que ya creías desterrado se cierna sobre ti y apenas te deje hacer pie y boquear patéticamente en busca de algo de aire fresco. Entonces ves que ese aire fresco, que en realidad sólo es una promesa de algo mejor, es justo lo que necesitas. Que las aguas que te engullen son las que te explotan. Y esas aguas son paredes. Y nada de eso parece importar realmente ahora. Otro consuelo es que puede que sólo sea una ilusión, algo pasajero. Después de todo, ¿cómo estar seguro de algo?

Sigues mirando las paredes desvanecerse. Estás sentado en el suelo de una gran sala, ahora oscura, desordenada, silenciosa... vacía. Justo como tú.

(Sé que es triste, y sé que a muchos no os va a gustar, pero me da igual. Las cosas alegres no se escriben, se viven. Aun así, prometo que pronto escribiré algo más feliz. Lo veo venir.)

viernes, 13 de julio de 2012

The memories ease the pain inside, now i know why

Es curioso cómo asociamos ciertas cosas en nuestra cabeza. Cómo, sin darnos cuenta, algún hecho de nuestra vida queda inevitablemente ligado a un olor, una canción, unas palabras, un lugar, una persona, un color... Y parece mentira que muchos años más tarde ese estímulo en principio inocuo pueda desenredar en tu interior un súbito atraganto de recuerdos y emociones reencontradas.
Además los seres humanos tenemos la increíble habilidad de recordarlo todo como mucho más "bonito" o "feliz" de lo que en realidad fue. De ahí la frase de "cualquier tiempo pasado fue mejor". Lo cierto es que hay recuerdos que no parecen felices, claro está, pero si lo piensas fríamente descubrirás que en realidad aquel momento fue mucho más triste o intenso de lo que recuerdas. Al cabo de un tiempo sólo queda una sombra de lo que fue, de lo que fuiste. Da miedo saber que pase lo que pase, de alguna manera, falseamos nuestros propios recuerdos, boicoteamos nuestra memoria sin apenas darnos cuenta, pero es así.
Hoy me han asaltado miles de recuerdos de mi infancia a raíz de una canción que, de nuevo, inevitablemente asocié a los veranos en mi pueblo: Las intros de Dragon Ball. Y no lo hice queriendo, simplemente en aquella época yo me levantaba a las 7 de la mañana para ver mis dibujos favoritos porque más tarde, después de desayunar, podía ir con mi "pandilla" a jugar todo el día sin vigilancia (mi pueblo es MUY pequeño y nunca necesité de atención adulta). Recuerdo que me lo pasaba genial, todo el día recreando capítulos, comentando luchas, andando en bicicleta... ¿es eso real? En parte sí, supongo. Todas las imágenes que recuerdo son claramente reales, pero los sentimientos asociadas a ellas son ya de más dudosa reputación. Estoy completamente seguro de que nada era tan perfecto como ahora me parece, y de que incluso, había días en los que lo pasé muy mal. Pero simplemente no lo recuerdo. Inconscientemente he hecho un promedio con todas mis experiencias de la infancia en los veranos de mi pueblo y la felicidad se ha proclamado vencedora en todos y cada uno de mis recuerdos, distorsionándolos. Es por eso que, aunque lo era de todas formas, ahora estoy aún más seguro de que fue la época más feliz de mi vida.
Sin embargo, estos tintes de alegría pueden tener una función lógica. ¿Cuál? Supongo que no permitir que la persona se rinda. Falsear la realidad de forma que no nos resulte tan intimidatoria ni cruel. Así, la vida parece más alentadora, ¿verdad? Piensas en el pasado y nada fue realmente malo, nada duele tanto como en el momento en el que ocurrió. Hemos generado una especie de anestesia natural que se inyecta en cada uno de nuestros recuerdos y que atenúa las emociones negativas a las que van ligados y da intensidad a las positivas. Seguir adelante, entonces, ya no resulta tan complicado.


martes, 10 de julio de 2012

Oro parece, plata no es.

Llegas a casa y, como no, empiezas a pensar. Grandes cuestiones (pre)ocupan mi cabeza y no veo que sea así para los demás. Parece que nadie se inmuta ante el inminente cambio. Parece que soy yo el que debe sacrificarse por llegar a los otros.
Y me jode. Me jode ver que a pesar de todo, hay cosas que parecen no desaparecer nunca. Cuando parece que te has deshecho de determinadas personas nocivas, otras ocupan sus papeles. Y una vez más te mueves en un mundo frío y distante en el que todos te miran como si no te conocieran y como si no les importase quién eres ni qué quieres. O a quién quieres.
Te decepciona saber que incluso las personas que jamás creías que verías de esa forma se acercan a lo que tú te resistes a creer. Pero es así. Las prioridades de cada persona se evidencian y... ¡vaya! Lo siento, parece que tú no estás entre ellas. 
Me observo y me siento estúpido por mi ingenuidad. Me sorprendo de algo que, al fin y al cabo, no es nada nuevo. Pero supongo que a veces me gusta olvidarlo. Me gusta pensar que la realidad es menos dura de lo que es. Me gusta jugar a imaginar. Una pena que sea un juego al que es imposible ganar.

lunes, 7 de mayo de 2012

Evolución

Había una vez una hormiga. Ante ella se extendían hectáreas y hectáreas de bosque, de verdes y salvajes parajes, de temibles criaturas y futuras compañías. La hormiga estaba paralizada por el miedo. Los árboles eran tan altos, el terreno tan extenso, las criaturas tan temibles... ¿eran dudas eso que sentía? No. No dudaba. Sabía lo que quería, y sabía por qué lo quería. Pero aun así, sus patas no respondían.
Todo el mundo al que conocía o había conocido quedaría atrás. Algunos partían en otras direcciones, otros se quedaban en su hogar, puede que para nunca salir de él. A pesar de la comodidad y lo confortable de esa idea, la hormiga sentía cierta lástima por las compañeras que ni siquiera se planteaban salir de allí, explorar el exterior, vivir experiencias. Ella misma había sido uno de ellos hasta hacía poco, temiendo la novedad.
Su decisión no significaba que hubiese dejado de temerla. En absoluto. En todo caso, ese miedo se había visto incrementado por la cercanía de su viaje. El largo recorrido que le esperaba sola por terrenos desconocidos, sin saber que le depararía el futuro.
Pero, ¿acaso quería volver a ser una hormiga conformista que viviría toda su vida en su hogar? ¿acaso sería feliz quedándose atrapado en casa? Claro que no. Por suerte o por desgracia, para ella no era así de simple. No creía que pudiese tener una vida tan sencilla como otras hormigas, apenas soportaba la monotonía y aburrimiento que le provocaba pensarlo.
Sabía que lo iba a pasar mal, que iba a toparse con nuevas situaciones en las que no sabría manejarse, con nuevos seres con los que no sabría congeniar... pero nada de eso la echaría para atrás. Sabía lo que quería, y sabía por qué lo quería. Su viaje iba a suponer una evolución, un cambio, una interrupción y probablemente un final de sus días grises de cautiverio en aquel nido en el que llevaba desde que había nacido sin haber vivido nunca fuera. Al fin vería mundo. Conocería a otras hormigas, y puede que incluso a otras especies animales. Se volvería completamente independiente, viviría sola y sin ayuda de nadie.
Una de sus patas dio un paso adelante. El resto siguieron a la primera. Miró atrás para observar a la gente que dejaría. Echaría de menos a algunos de ellos. Volvería, eso lo sabía. Pero era el momento de irse y ver mundo. Si no lo hacía ahora, ¿cuándo lo haría?
Sus ojos divisaron el paisaje. Era grande, muy grande. Demasiado incuso. Jamás le daría tiempo a ver todo lo que se extendía ante ella. Pero... cuanto antes empezara, más podría ver, ¿verdad?
Después de todo, la hormiga sabía lo que quería, y sabía por qué lo quería.