lunes, 13 de febrero de 2012

Era tarde. La lluvia formaba pequeños riachuelos que desembocaban en ruidosos charcos que decoraban toda la calle. La luna observaba la escena con su imponente figura, eclipsando el brillo de las lejanas estrellas y de las titilantes farolas que parecían proteger el cielo nocturno que se veía al final de la calle.
Él corría haciendo uso de las energías que le quedaban, sacando fuerzas de flaqueza con la esperanza de que todo fuese mentira, de que no fuese demasiado tarde. Ni siquiera sabía dónde había perdido gran parte de su ropa ni el paragüas. Quizá cuando huía, quizá se la fue quitando el mismo con la esperanza de ir más rápido. No podía soportar la idea de no llegar a tiempo. Ese sentimiento de impotencia...
Lágrimas celestes le empapaban el pelo, que le caía por la cara por mucho que él se lo apartaba para ver mejor, aunque eso no evitaba que tropezase de vez en cuando. Aún no sabía cómo, se volvía a levantar y continuaba corriendo. Todo su cuerpo, paradójicamente deshidratado y desnutrido, no cesaba de enviarle señales de alarma indicando que debía parar, que no podía aguantar ese ritmo. Pero a él le daba igual, hacía tiempo que la única alarma a la que hacía caso era a la que le decía que debía llegar cuanto antes a casa.
Ahogado en pensamientos, cansancio y puro pánico, logró alcanzar la puerta de su casa. Su mano temblaba exageradamente cuando intentó meter la llave en la cerradura. Tras varios intentos, obtuvo su premio ehizo girar la llave. Ante él se abrió un enorme túnel de oscuridad y sintió cómo le caía encima una enorme ola de silencio desalentador que le caló mucho más que la lluvia dl exterior, que ahora parecía tan lejano.
Ni siquiera pensó en los peligros de entrar sin precaución, de volver al sitio del que venía. Simplemente avanzó corriendo hacia el dormitorio principal. Al ver el bulto sobre la cama y observar con detenimiento su movimiento por la respiración profunda del sueño, una sensación de alivio recorrió todo su cuerpo, delatando un dolor intenso generalizado que hasta ahora parecía haber permanecido en un segundo plano. Efectivamente, se miró en un espejo que había a su lado y observó el reflejo de un hombre que apenas guardaba relación con él. Aquel cuerpo esquelético, las múltiples heridas, su cara enrojecida y los repetidos espasmos a causa de la falta de aire y descanso. No tenía tiempo ni ganas para solucionar los problemas de aquel hombre de la mirada perdida que le observaba desde el espejo.
Se permitió secarse y cambiarse de ropa antes de avanzar hasta la cama y asegurarse de que el bulto seguía allí, tranquilo. Ajeno a todo. Sonrió.
Con cuidado para no hacer notar su presencia, se acostó junto a la familiar figura y se unió a su patrón de respiración. Al fin estaba tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo dormiría más de dos horas seguidas sin despertarse empapado en sudor, presa del onírico pánico, en ocasiones mucho peor que el de la vida real.
Abrazó a aquel despotegido bulto que se recortaba entre las sábanas y cerró los ojos.
Volvía a estar en casa.