lunes, 10 de diciembre de 2012

Tiempo al tiempo

El presente es un tiempo despiadado. Te obliga a escoger en qué deseas consumir cada segundo, haciendo que debas deshacerte automáticamente de miles de interesantes posibilidades. Pero ni siquiera te da tiempo para pensar qué elegirás, tan sólo sigue adelante sin esperar por nadie.
Hay ocasiones en las que arriesgarte a tomar una decisión prematura te lleva a pasar el tiempo futuro lamentándote y pensando en el pasado como algo perdido. Pero si tomas una decisión meditada, descubres que podrías haber hecho tres estupideces en el mismo tiempo. En ocasiones actuar de una forma, significa pagar un precio muy caro. Otras veces pagas el doble por no actuar.
Creo que nadie estuvo más acertado que aquél que dijo "el tiempo es oro". Es cierto. Desde la antigüedad, el bien más preciado era el más escaso. ¿Y qué es el tiempo sino el más escaso, travieso, escurridizo e indómito bien que jamás haya existido?
Lo mejor de todo es que siendo joven te sientes abrumado por la absurda ilusión de tener todo un futuro por delante, algo que el aire te ha susurrado al oído y por lo que te has dejado convencer. Pero no podrías estar más equivocado. Y mientras disfrutas de múltiples maneras de malgastar tu tiempo, éste se va a agotando sin que apenas te percates de ello.
Y un día descubres que emplear tu tiempo en algo supone renunciar a muchas otras cosas. Y que ya has renunciado a un gran montón de cosas que adoras, eligiendo inconscientemente otras por razones que no llegas a entender demasiado bien. Una toma de decisiones tan rápida como la que haces a cada segundo que pasa, es imposible de entender. No puedes pretender seguirle la pista. Tan sólo puedes sentarte a intentar buscarle un sentido y lamentarte por lo que has dejado pasar. Y ese mismo día te das cuenta de las personas con las que decidiste compartir ese tiempo, y a quién se lo quitaste de las manos.
"Me encantaría poder leer todos los libros que existen en el mundo", me dijo alguien una vez.
"Tic tac", respondió el presente con una sonrisa cruel.

viernes, 9 de noviembre de 2012

La decisión de Anne

"¿Recuerdas aquel verano en el que me fui de acampada? Sentía que os echaba de menos. Antes de subir al autobús, me dijiste que me sentara en el lado izquierdo, junto a la ventanilla, para que pudiera mirar atrás y veros allí... ahora tengo el mismo asiento."

lunes, 24 de septiembre de 2012

Estoy contento.

Estoy contento.
Ha pasado ya casi un mes desde que me he ido, pero todo ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. He salido del día en el que me hallaba estancado, de la ciudad que siempre me presentaba a la misma gente, y de la rutina que me alejaba de nueva experiencias. A pesar de que no ha pasado mucho tiempo, ya he empezado a notar el cambio en mí, y estoy muy contento. Creo que lo necesitaba. Urgentemente. Salir.
Aún echo de menos muchas de las cosas que dejé atrás, a ratos, no siempre, pero no sé si ese sentimiento es mutuo. Dicen que los verdaderos amigos se ven en las situaciones difíciles, y que siempre están ahí. Es algo en lo que por el momento voy a creer. Quiero creer. Espero no equivocarme.
La verdad es que después de haber perdido a tanta gente, es bueno cambiar de ambiente y conocer a personas nuevas, salir, olvidarte de todo, y no decir nunca que no.
Poco a poco, forzándome a mí mismo, me voy convirtiendo en el tipo de persona que quiero ser. Aún me queda mucho camino, pero noto que estoy en el camino que me conviene. Y eso me alegra. Porque he salido del bucle de rutina y monotonía.
Espero seguir evolucionando. Pero no me voy a preocupar porque, de momento, estoy contento.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Parece mentira en qué situaciones te das cuenta de ciertas cosas. Cosas que jamás se te pasarían por la cabeza. Cosas que, si le cuentas a alguien, provocarían una mirada de "¿pero qué coño te pasa tío?". Pero no puedo evitarlo. Lo ves. Lo sientes. Y te odias por ello. Una de las razones por las que te odias es porque no consideras tus pensamientos moralmente correctos, te planteas si realmente eres un ser humano o qué pasa contigo. Y la otra es descubrir que las paredes a tu alrededor se caen. Paredes que llevas mucho tiempo cuidando (aunque es cierto que últimamente menos), que miras durante largos ratos, que pintas... pero paredes que desaparecen y de pronto te das cuenta de que apenas te importa. Te importa más en la medida en la que descubres que estabas envuelto en una mentira que por lo que significa tu actitud para las paredes. Y eso provoca un inmenso odio hacia tu persona. O lo que quiera que seas.

Mi mente trata de justificarlo. Que si lo he pasado mal, que si esas paredes no son tan buenas como antes, que si me han explotado emocionalmente durante mucho tiempo... no sé. Esas cosas que te susurras al oído cuando estás solo para tranquilizarte y no parecer tan ajeno. El problema es que tan sólo algunas veces te dejas convencer por esas lábiles verdades.

Es en el momento en el que ves fotos y revives viejos tiempos cuando abres los ojos. Descubres que no puedes observar los hechos como alguien ajeno, que no puedes no implicarte con tu pasado. Mirar esas fotos, incluso ignorarlas, hacen un mundo que ya creías desterrado se cierna sobre ti y apenas te deje hacer pie y boquear patéticamente en busca de algo de aire fresco. Entonces ves que ese aire fresco, que en realidad sólo es una promesa de algo mejor, es justo lo que necesitas. Que las aguas que te engullen son las que te explotan. Y esas aguas son paredes. Y nada de eso parece importar realmente ahora. Otro consuelo es que puede que sólo sea una ilusión, algo pasajero. Después de todo, ¿cómo estar seguro de algo?

Sigues mirando las paredes desvanecerse. Estás sentado en el suelo de una gran sala, ahora oscura, desordenada, silenciosa... vacía. Justo como tú.

(Sé que es triste, y sé que a muchos no os va a gustar, pero me da igual. Las cosas alegres no se escriben, se viven. Aun así, prometo que pronto escribiré algo más feliz. Lo veo venir.)

viernes, 13 de julio de 2012

The memories ease the pain inside, now i know why

Es curioso cómo asociamos ciertas cosas en nuestra cabeza. Cómo, sin darnos cuenta, algún hecho de nuestra vida queda inevitablemente ligado a un olor, una canción, unas palabras, un lugar, una persona, un color... Y parece mentira que muchos años más tarde ese estímulo en principio inocuo pueda desenredar en tu interior un súbito atraganto de recuerdos y emociones reencontradas.
Además los seres humanos tenemos la increíble habilidad de recordarlo todo como mucho más "bonito" o "feliz" de lo que en realidad fue. De ahí la frase de "cualquier tiempo pasado fue mejor". Lo cierto es que hay recuerdos que no parecen felices, claro está, pero si lo piensas fríamente descubrirás que en realidad aquel momento fue mucho más triste o intenso de lo que recuerdas. Al cabo de un tiempo sólo queda una sombra de lo que fue, de lo que fuiste. Da miedo saber que pase lo que pase, de alguna manera, falseamos nuestros propios recuerdos, boicoteamos nuestra memoria sin apenas darnos cuenta, pero es así.
Hoy me han asaltado miles de recuerdos de mi infancia a raíz de una canción que, de nuevo, inevitablemente asocié a los veranos en mi pueblo: Las intros de Dragon Ball. Y no lo hice queriendo, simplemente en aquella época yo me levantaba a las 7 de la mañana para ver mis dibujos favoritos porque más tarde, después de desayunar, podía ir con mi "pandilla" a jugar todo el día sin vigilancia (mi pueblo es MUY pequeño y nunca necesité de atención adulta). Recuerdo que me lo pasaba genial, todo el día recreando capítulos, comentando luchas, andando en bicicleta... ¿es eso real? En parte sí, supongo. Todas las imágenes que recuerdo son claramente reales, pero los sentimientos asociadas a ellas son ya de más dudosa reputación. Estoy completamente seguro de que nada era tan perfecto como ahora me parece, y de que incluso, había días en los que lo pasé muy mal. Pero simplemente no lo recuerdo. Inconscientemente he hecho un promedio con todas mis experiencias de la infancia en los veranos de mi pueblo y la felicidad se ha proclamado vencedora en todos y cada uno de mis recuerdos, distorsionándolos. Es por eso que, aunque lo era de todas formas, ahora estoy aún más seguro de que fue la época más feliz de mi vida.
Sin embargo, estos tintes de alegría pueden tener una función lógica. ¿Cuál? Supongo que no permitir que la persona se rinda. Falsear la realidad de forma que no nos resulte tan intimidatoria ni cruel. Así, la vida parece más alentadora, ¿verdad? Piensas en el pasado y nada fue realmente malo, nada duele tanto como en el momento en el que ocurrió. Hemos generado una especie de anestesia natural que se inyecta en cada uno de nuestros recuerdos y que atenúa las emociones negativas a las que van ligados y da intensidad a las positivas. Seguir adelante, entonces, ya no resulta tan complicado.


martes, 10 de julio de 2012

Oro parece, plata no es.

Llegas a casa y, como no, empiezas a pensar. Grandes cuestiones (pre)ocupan mi cabeza y no veo que sea así para los demás. Parece que nadie se inmuta ante el inminente cambio. Parece que soy yo el que debe sacrificarse por llegar a los otros.
Y me jode. Me jode ver que a pesar de todo, hay cosas que parecen no desaparecer nunca. Cuando parece que te has deshecho de determinadas personas nocivas, otras ocupan sus papeles. Y una vez más te mueves en un mundo frío y distante en el que todos te miran como si no te conocieran y como si no les importase quién eres ni qué quieres. O a quién quieres.
Te decepciona saber que incluso las personas que jamás creías que verías de esa forma se acercan a lo que tú te resistes a creer. Pero es así. Las prioridades de cada persona se evidencian y... ¡vaya! Lo siento, parece que tú no estás entre ellas. 
Me observo y me siento estúpido por mi ingenuidad. Me sorprendo de algo que, al fin y al cabo, no es nada nuevo. Pero supongo que a veces me gusta olvidarlo. Me gusta pensar que la realidad es menos dura de lo que es. Me gusta jugar a imaginar. Una pena que sea un juego al que es imposible ganar.

lunes, 7 de mayo de 2012

Evolución

Había una vez una hormiga. Ante ella se extendían hectáreas y hectáreas de bosque, de verdes y salvajes parajes, de temibles criaturas y futuras compañías. La hormiga estaba paralizada por el miedo. Los árboles eran tan altos, el terreno tan extenso, las criaturas tan temibles... ¿eran dudas eso que sentía? No. No dudaba. Sabía lo que quería, y sabía por qué lo quería. Pero aun así, sus patas no respondían.
Todo el mundo al que conocía o había conocido quedaría atrás. Algunos partían en otras direcciones, otros se quedaban en su hogar, puede que para nunca salir de él. A pesar de la comodidad y lo confortable de esa idea, la hormiga sentía cierta lástima por las compañeras que ni siquiera se planteaban salir de allí, explorar el exterior, vivir experiencias. Ella misma había sido uno de ellos hasta hacía poco, temiendo la novedad.
Su decisión no significaba que hubiese dejado de temerla. En absoluto. En todo caso, ese miedo se había visto incrementado por la cercanía de su viaje. El largo recorrido que le esperaba sola por terrenos desconocidos, sin saber que le depararía el futuro.
Pero, ¿acaso quería volver a ser una hormiga conformista que viviría toda su vida en su hogar? ¿acaso sería feliz quedándose atrapado en casa? Claro que no. Por suerte o por desgracia, para ella no era así de simple. No creía que pudiese tener una vida tan sencilla como otras hormigas, apenas soportaba la monotonía y aburrimiento que le provocaba pensarlo.
Sabía que lo iba a pasar mal, que iba a toparse con nuevas situaciones en las que no sabría manejarse, con nuevos seres con los que no sabría congeniar... pero nada de eso la echaría para atrás. Sabía lo que quería, y sabía por qué lo quería. Su viaje iba a suponer una evolución, un cambio, una interrupción y probablemente un final de sus días grises de cautiverio en aquel nido en el que llevaba desde que había nacido sin haber vivido nunca fuera. Al fin vería mundo. Conocería a otras hormigas, y puede que incluso a otras especies animales. Se volvería completamente independiente, viviría sola y sin ayuda de nadie.
Una de sus patas dio un paso adelante. El resto siguieron a la primera. Miró atrás para observar a la gente que dejaría. Echaría de menos a algunos de ellos. Volvería, eso lo sabía. Pero era el momento de irse y ver mundo. Si no lo hacía ahora, ¿cuándo lo haría?
Sus ojos divisaron el paisaje. Era grande, muy grande. Demasiado incuso. Jamás le daría tiempo a ver todo lo que se extendía ante ella. Pero... cuanto antes empezara, más podría ver, ¿verdad?
Después de todo, la hormiga sabía lo que quería, y sabía por qué lo quería.

martes, 1 de mayo de 2012

If only I had you

That I'm skin and bone.
Just a king in a rusty throne.
All the castle's under siege.
But the sign outside says leave me alone.

I'm a fly that's trapped
In a web
But I'm thinking that
My spider's dead.

I'm the light blinking at the end of the road, blink back to let me know.

lunes, 12 de marzo de 2012

Blarg.

You don’t want me, no
You don’t need me
Like I want you, oh
Like I need you

And I want you in my life
And I need you in my life

You can’t see me, no
Like I see you
I can’t have you, no
Like you have me

And I want you in my life
And I need you in my life

Oh, Oh, Ohhh
Oh, Oh, Ohhh

You can’t feel me, no
Like I feel you
I can’t steal you, no
Like you stole me

And I want you in my life
And I need you in my life

lunes, 13 de febrero de 2012

Era tarde. La lluvia formaba pequeños riachuelos que desembocaban en ruidosos charcos que decoraban toda la calle. La luna observaba la escena con su imponente figura, eclipsando el brillo de las lejanas estrellas y de las titilantes farolas que parecían proteger el cielo nocturno que se veía al final de la calle.
Él corría haciendo uso de las energías que le quedaban, sacando fuerzas de flaqueza con la esperanza de que todo fuese mentira, de que no fuese demasiado tarde. Ni siquiera sabía dónde había perdido gran parte de su ropa ni el paragüas. Quizá cuando huía, quizá se la fue quitando el mismo con la esperanza de ir más rápido. No podía soportar la idea de no llegar a tiempo. Ese sentimiento de impotencia...
Lágrimas celestes le empapaban el pelo, que le caía por la cara por mucho que él se lo apartaba para ver mejor, aunque eso no evitaba que tropezase de vez en cuando. Aún no sabía cómo, se volvía a levantar y continuaba corriendo. Todo su cuerpo, paradójicamente deshidratado y desnutrido, no cesaba de enviarle señales de alarma indicando que debía parar, que no podía aguantar ese ritmo. Pero a él le daba igual, hacía tiempo que la única alarma a la que hacía caso era a la que le decía que debía llegar cuanto antes a casa.
Ahogado en pensamientos, cansancio y puro pánico, logró alcanzar la puerta de su casa. Su mano temblaba exageradamente cuando intentó meter la llave en la cerradura. Tras varios intentos, obtuvo su premio ehizo girar la llave. Ante él se abrió un enorme túnel de oscuridad y sintió cómo le caía encima una enorme ola de silencio desalentador que le caló mucho más que la lluvia dl exterior, que ahora parecía tan lejano.
Ni siquiera pensó en los peligros de entrar sin precaución, de volver al sitio del que venía. Simplemente avanzó corriendo hacia el dormitorio principal. Al ver el bulto sobre la cama y observar con detenimiento su movimiento por la respiración profunda del sueño, una sensación de alivio recorrió todo su cuerpo, delatando un dolor intenso generalizado que hasta ahora parecía haber permanecido en un segundo plano. Efectivamente, se miró en un espejo que había a su lado y observó el reflejo de un hombre que apenas guardaba relación con él. Aquel cuerpo esquelético, las múltiples heridas, su cara enrojecida y los repetidos espasmos a causa de la falta de aire y descanso. No tenía tiempo ni ganas para solucionar los problemas de aquel hombre de la mirada perdida que le observaba desde el espejo.
Se permitió secarse y cambiarse de ropa antes de avanzar hasta la cama y asegurarse de que el bulto seguía allí, tranquilo. Ajeno a todo. Sonrió.
Con cuidado para no hacer notar su presencia, se acostó junto a la familiar figura y se unió a su patrón de respiración. Al fin estaba tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo dormiría más de dos horas seguidas sin despertarse empapado en sudor, presa del onírico pánico, en ocasiones mucho peor que el de la vida real.
Abrazó a aquel despotegido bulto que se recortaba entre las sábanas y cerró los ojos.
Volvía a estar en casa.