domingo, 5 de mayo de 2013

Y (casi) todo acabó.

Buenas noches gente. Hoy me apetecía escribir algo pero no me siento demasiado inspirado así que voy a recordar un microrrelato que escribí hace tiempo sobre un tema que me intriga. Sentíos libres de comentar cualquier cosa que os traiga a la mente. Reflexiones, recuerdos, opiniones o incluso experiencias.

Cerró los ojos. Le encantaba el silbido incitante del viento, sus suaves y lentas caricias que casi la empujaban hacia el vacío. Obedeciendo el silencioso susurro homicida llegado de ninguna parte, avanzó unos centímetros más hasta situarse en el alféizar de la ventana, con uno los pies aún dentro de su habitación y el otro pugnando por reunirse con los halos luminosos de las luciérnagas artificiales que se confundían en el tráfico siete pisos más abajo. Con una destreza paupérrima logró que su pie derecho abandonase su habitación para reunirse con su eterno compañero, para perderse en la inmensidad de la noche. Por suerte la chica se había sujetado al marco de la ventana durante el proceso, así que no cayó hacia abajo antes de tiempo.
Por primera vez, dudó. Buscó alguna alternativa, pero había meditado aquello demasiado tiempo como para seguir posponiéndolo. Aborrecía su vida. No deseaba torturarse más recordando las razones de aquella evidencia porque ya no le importaban. Ni siquiera la posible reacción de sus seres queridos al ver su esquela mortuoria en el periódico tenía relevancia ahora. Sólo estaban la noche y ella. Y para infundirse valor, decidió contar hasta tres.
Uno.
El suelo parecía estar más lejos que nunca. Muchos pensaban que el suicidio era un acto cobarde, pero implicaba poseer un valor inquebrantable.
Dos.
Dedicó un último pensamiento a su familia y a sus pocos amigos.
Tres.
Percibió cómo la noche la engullía, y antes de morir, sintió que volvía a nacer.