miércoles, 22 de agosto de 2012

Parece mentira en qué situaciones te das cuenta de ciertas cosas. Cosas que jamás se te pasarían por la cabeza. Cosas que, si le cuentas a alguien, provocarían una mirada de "¿pero qué coño te pasa tío?". Pero no puedo evitarlo. Lo ves. Lo sientes. Y te odias por ello. Una de las razones por las que te odias es porque no consideras tus pensamientos moralmente correctos, te planteas si realmente eres un ser humano o qué pasa contigo. Y la otra es descubrir que las paredes a tu alrededor se caen. Paredes que llevas mucho tiempo cuidando (aunque es cierto que últimamente menos), que miras durante largos ratos, que pintas... pero paredes que desaparecen y de pronto te das cuenta de que apenas te importa. Te importa más en la medida en la que descubres que estabas envuelto en una mentira que por lo que significa tu actitud para las paredes. Y eso provoca un inmenso odio hacia tu persona. O lo que quiera que seas.

Mi mente trata de justificarlo. Que si lo he pasado mal, que si esas paredes no son tan buenas como antes, que si me han explotado emocionalmente durante mucho tiempo... no sé. Esas cosas que te susurras al oído cuando estás solo para tranquilizarte y no parecer tan ajeno. El problema es que tan sólo algunas veces te dejas convencer por esas lábiles verdades.

Es en el momento en el que ves fotos y revives viejos tiempos cuando abres los ojos. Descubres que no puedes observar los hechos como alguien ajeno, que no puedes no implicarte con tu pasado. Mirar esas fotos, incluso ignorarlas, hacen un mundo que ya creías desterrado se cierna sobre ti y apenas te deje hacer pie y boquear patéticamente en busca de algo de aire fresco. Entonces ves que ese aire fresco, que en realidad sólo es una promesa de algo mejor, es justo lo que necesitas. Que las aguas que te engullen son las que te explotan. Y esas aguas son paredes. Y nada de eso parece importar realmente ahora. Otro consuelo es que puede que sólo sea una ilusión, algo pasajero. Después de todo, ¿cómo estar seguro de algo?

Sigues mirando las paredes desvanecerse. Estás sentado en el suelo de una gran sala, ahora oscura, desordenada, silenciosa... vacía. Justo como tú.

(Sé que es triste, y sé que a muchos no os va a gustar, pero me da igual. Las cosas alegres no se escriben, se viven. Aun así, prometo que pronto escribiré algo más feliz. Lo veo venir.)