viernes, 4 de abril de 2014

Oro reflectante bañaba la ciudad. La gran ciudad que parecía jugar con la oscuridad mediante luces fluctuantes. Las vistas eran impresionantes. Tanto que abrían ese vacío interior que te dejan las grandes ciudades sumidas en la noche pero no dormidas.
Éramos dos sombras cogidas de la mano, dos muñecos más de ese juego indiferente a nosotros. No. No éramos dos muñecos más. Tú y yo jamás fuimos dos sombras más, al menos cuando estábamos juntos. Seguíamos siendo sombras, pero teníamos otro color. Quizá fuésemos aparentemente normales, intercambiables con otras siluetas nocturnas, pero tú y yo sabemos que no es así. Era una reacción química, un escalofrío, una carcajada, una caricia. Era todo. Sentía que no necesitábamos luz para vernos y estar juntos; ni el más negro rincón lograría perdernos con el resto de sombras y separarnos. Estábamos demasiado juntos.
Ahora soy sólo una sombra. ¿Seguro? No lo sé, no lo tengo claro. ¿Te perdí bajo la luz de la luna o ha sido todo un sueño? Mi memoria sólo me deja acceder a las sonrisas y las estupideces. A los abrazos. A todas las veces en las que nos fundimos en una sola sombra temblorosa y agitada. ¿Era real? No puedo confiar en mí mismo.
Me cruzo con otras sombras y las miro con resignación. Ahora sí soy una sombra más en medio de una ciudad, otra marioneta de un juego que me ha llevado a perder. ¿Ha sido así? Sólo sé que no siento nada excepto la ausencia y una mano fría. La mano que antes te servía de apoyo y ahora se siente sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario