martes, 10 de julio de 2012

Oro parece, plata no es.

Llegas a casa y, como no, empiezas a pensar. Grandes cuestiones (pre)ocupan mi cabeza y no veo que sea así para los demás. Parece que nadie se inmuta ante el inminente cambio. Parece que soy yo el que debe sacrificarse por llegar a los otros.
Y me jode. Me jode ver que a pesar de todo, hay cosas que parecen no desaparecer nunca. Cuando parece que te has deshecho de determinadas personas nocivas, otras ocupan sus papeles. Y una vez más te mueves en un mundo frío y distante en el que todos te miran como si no te conocieran y como si no les importase quién eres ni qué quieres. O a quién quieres.
Te decepciona saber que incluso las personas que jamás creías que verías de esa forma se acercan a lo que tú te resistes a creer. Pero es así. Las prioridades de cada persona se evidencian y... ¡vaya! Lo siento, parece que tú no estás entre ellas. 
Me observo y me siento estúpido por mi ingenuidad. Me sorprendo de algo que, al fin y al cabo, no es nada nuevo. Pero supongo que a veces me gusta olvidarlo. Me gusta pensar que la realidad es menos dura de lo que es. Me gusta jugar a imaginar. Una pena que sea un juego al que es imposible ganar.

2 comentarios:

  1. Esa ingenuidad es de buena persona, de esperanza… Tarde o temprano aparecerá aquello que tanto aprecias.
    Buen post, as always ^^

    - manu

    ResponderEliminar