lunes, 13 de diciembre de 2010

Reflexiones post-veraniegas

Llegas a CASA, donde tu única compañía es la televisión y el ordenador. La oscuridad envuelve la nada que reina sobre el silencio que se ha convertido en tu hogar. Un HOGAR triste, vacío. Es decir, una CASA, una simple CASA. Porque una CASA no es lo mismo que un HOGAR. Un HOGAR no es un lugar, no es una dirección con un edificio. Un HOGAR es un persona, puede que dos e incluso más, y cuando estás con esa persona sientes que estás a salvo, en CASA y parece que no hay nada más que importe.
Pero sin haber disfrutado nunca de la felicidad que proporciona un HOGAR, te sientas a solas en el sofá de tu CASA y dejas que la oscuridad vacía y solitaria camufle tus lágrimas al tiempo que hechas de menos algo que nunca has tenido... y probablemente nunca tendrás.

Quién no ha imaginado alguna vez que era un superhéroe? Uno de esos personajes que son especiales y tienen el mundo en sus manos, todos dependen de él. Eres importante. Te sientes importante.
Todo cambia cuando creces y te das cuenta de que los superhéroes sólo existen en cuentos, y de que en lugar de ser un conocido superhéroe no eres más que una de esas personas que se pasean por las ciudades de los cómics sin enterarse de nada. Ni siquiera un super villano. Ni el Robin de un Batman. Sólo eres alguien gris, normal, poco importante. Nunca has sido el héroe de nadie porque nadie realmente te necesita. Y cuanto antes lo aprendas, mucho mejor.

- ¿Por qué no llama?
- Imbécil.
- ¿No querrá estar conmigo?
- Estúpido.
- Ojalá venga hoy, lo estoy deseando...
- Idiota.
- Seguiré intentándolo.
- Gilipollas.
- Mentendré la esperanza, una última vez...
- Tonto.
- ... Tienes toda la razón.

Los niños menores de tres años no tienen miedo. Su instinto de supervivencia aún descansa en estado latente, dejando la difícil tarea de protección a los padres. Hay varios experimentos en los que colocan a un niño delante de un suelo completamente de cristal. Si el niño es menor de tres años, caminará sobre la reluciente superficie sin problema, sin preocuparse por nada. Si es mayor, en cambio, mirará muy bien antes de caminar y posará los pies con cuidado al principio para comprobar la estabilidad del cristal.
Yo deseo volver a pensar como un niño de tres años. Ver la vida en su complejidad y vivirla como algo simple, caminar sin miedo porque el suelo se desmorone en cualquier momento y yo caiga al vacío sin remedio. Me apetece levantarme con una sonrisa porque hoy no hay cole o porque iré al parque a jugar con mi mejor amigo. Saber que no necesito un suelo que me sostenga porque me da igual… sé que no tengo miedo a caer y por eso no tengo miedo a probar nuevos suelos.
Sin embargo soy adulto, rozando ya la mayoría de edad. ¿Qué ocurre si encuentras un nuevo suelo, mucho más bonito y brillante que el anterior? Te gusta. Comienzas a caminar por él, a veces más de lo que deberías. Te confías, y empiezas a descuidar los demás suelos, los abandonas… ya ni siquiera te paseas por ellos de vez en cuando ni los limpias para que no estén abandonados. No te importa porque has encontrado un suelo genial, el mejor suelo que has visto nunca. Y te quedas ahí. El problema viene cuando ese suelo comienza a ceder. Parece que los cimientos ya no te sostienen como antes… no puedes estar en ese suelo, es demasiado endeble para ti y apenas hace esfuerzos por sostenerte. Cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde. Tú mismo has caído en la trampa, te has confiado pensando que ese suelo era el único que necesitabas y éste te ha fallado. Así que caes, caes sin remedio hasta tocar fondo.
Para un niño de tres años la caída no significa nada. Él ve todos los suelos que hay, no le importa que uno no le sostenga, hay más. Esa independencia e indiferencia emocional es la que envidio. Ver un nuevo suelo y ponerte a caminar por él tal como eres. Sin miedos. Sin dudas. Sin restricciones. Simplemente siendo tú.
Quizás de esa forma el suelo nunca llegue a dejarte caer.

Corres. Corres desesperadamente. ¿En qué momento te has metido ahí? ¿En qué momento despertaste y te diste cuenta de que nada es como parecía?
Corres. Corres desesperadamente. Los fantasmas te persiguen y tienes miedo, miedo a que te alcancen, porque si lo hacen volverás a caer en ese pozo de amargura del que tanto te cuesta salir.
Corres. Corres desesperadamente. Una y otra vez te topas con caminos sin salida, cometes el mismo error sin aprender la lección y te dejas a tí mismo a merced de los fantasmas.
Corres. Corres desesperadamente. Deseas con todas tus fuerzas que alguien, sea quien sea, aparezca de pronto para sacarte de allí, pero nadie parece preocuparse por eso. En ocasiones incluso te empujan hacia los fantasmas.
Corres. Corres desesperadamente. ¿Para qué? La salida nunca llega, y estás cansado de escapar para terminar sufriendo de nuevo. Tus piernas tiemblan y tu convicción flaquea.
Corres... tropiezas y quedas tendido en el suelo, agotado de huir y con el barro ensuciando tu cuerpo. Intentas levantarte pero... ya todo da igual. Prefieres rendirte y entregarte a los fantasmas antes que seguir luchando por algo que no llegará.
Y ya no corres más. Se acabó.

- ¿Por qué haces esto?
- No sé, no podía soportarlo más.
- ¿El qué?
- Nada, déjalo. De todas formas, no lo entenderías.
- ¿Por qué piensas eso? Claro que te entenderé, cuéntamelo.
- No lo harás, deja de insistir ya, joder.
- Inténtalo, por favor.
- No.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿En serio quieres saber por qué?
- Sí.
- Pues porque tú siempre has sido, eres y serás un puto cisne. Uno de esos cisnes blancos a los que todo el mundo quiere y con los que todo el mundo desea estar. Y yo siempre he sido, soy y seré el puto patito feo. El pato raro de cojones, marginado y solitario al que nadie quiere ni querrá. El único puto animal de todo el bosque que no encaja y que no tiene un lugar con nadie en ninguna parte. El único puto animal que está SOLO, que no importa a nadie y que bien podría desaparecer sin que ningún otro puto habitante del bosque se diese cuenta. Por eso jamás me entenderás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario